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lunes, 15 de febrero de 2016

Algunas claves para orientar la acción

Una primera clave es considerar que, como mencionamos antes, siempre se puede hacer algo. Ya nos estemos refiriendo a la integración de TIC, a mejora escolar o a cualquier otro tema relacionado con las instituciones educativas, si realmente pensamos que “no podemos hacer nada”, entonces seguramente así sea. Si en cambio estamos dispuestos a no caer en una actitud de ese tipo, el
desafío estará en descubrir qué podemos hacer. Pasamos así de un interrogante general y casi filosófico –“¿se puede hacer algo?”–, a uno más pragmático: “¿qué podemos hacer?”. Dado este primer paso, seguramente surgirán nuevas preguntas: ¿por dónde conviene empezar?, ¿cómo puedo hacerlo?, ¿con quién?, ¿cuándo?... Es decir, cuáles son las estrategias que conviene utilizar.
Una segunda clave es que la respuesta a la pregunta sobre lo que podemos hacer no tendría que resultar muy amplia o ambiciosa. ¿Por qué?
Siguiendo una reflexión de Oscar Terán (2006), hay dos actitudes opuestas e igualmente inconducentes en las que debemos evitar caer: la primera es el pesimismo inmovilizante, que suele ser trivial y convocar a la pereza intelectual; la segunda es la del optimismo ingenuo, que tampoco podrá conducirnos a buen puerto, ya que nos impulsa a encarar tareas que luego resultarán imposibles de materializar, con la subsiguiente frustración y angustia que esto produce.
Podríamos, entonces, asumir una actitud de justa esperanza: estar seguros de que es posible hacer algo, pero que ese algo, en un primer momento, debe ser acotado, focalizado.
Por ejemplo, ordenar la gestión de los desbloqueos de las netbooks. O generar proyectos interdisciplinarios en primero y segundo año. Poner en marcha alguna de estas propuestas producirá un cambio en la escuela y en el equipo de conducción que, a largo plazo, puede impactar profundamente la realidad institucional. Se trata, en última instancia, de asumir que, así como no es cierto que “no se puede hacer nada”, tampoco “se puede hacer todo”. Por lo menos, no al mismo
tiempo y todo junto, aunque tal vez sí, de a poco y por partes. De esto se trata, en buena medida, nuestra propuesta.
Por último, una tercera clave a tener en cuenta tiene que ver con lo siguiente: es necesario hacer el esfuerzo, permanentemente, para preocuparnos de aquello de lo cual podemos ocuparnos. Los ejemplos de “pre-juicios” que hemos listado tienen que ver con cuestiones que, en mayor o menor medida, se encuentran dentro del campo de acción del equipo directivo. Esto obedece a que, junto con el esfuerzo por salir de la tentación inicial del “no se puede hacer nada” para asumir la
postura de “se tiene que poder hacer algo”, hay un esfuerzo paralelo que muchas veces resulta necesario, que tiene que ver con lo que denominamos como la distinción entre “área de preocupación” y “área de incidencia” (Gvirtz, Zacarías y Abregú, 2011).


Muchas veces, nuestras preocupaciones se relacionan con cuestiones que están fuera de nuestro alcance directo, más allá de nuestra intención de cambio. No estamos sugiriendo desconocer aquello que nos preocupa, sino hacer el ejercicio de separar las cosas que tienden a “preocuparnos” de aquellas sobre las que podemos “incidir”. Las áreas que nos interesa mejorar pueden ser muchas, pero nuestro tiempo siempre es limitado. Resulta fundamental entonces enfocar nuestras energías en todos aquellos temas sobre los cuales podemos operar, para que de a poco podamos lograr verdaderas mejoras.
Fuente: http://www.conectarigualdad.gob.ar/

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